lunes, 28 de noviembre de 2016

Pobreza y desesperación mantiene viva guerrilla filipina

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Montañas de la Cierra Madre, Filipinas.- Tarde en la noche y entre el sonido de los grillos, Katryn recibe a un grupo de extenuados periodistas filipinos con el entusiasmo de alguien que les abre las puertas de su casa. "¿Desean un café?", les pregunta con una sonrisa.

Le dicen "camarada Katryn", sin embargo, y para ella su casa es un campamento rebelde escondido en las lluviosas montañas de la Sierra Maestra filipina. Esta muchacha de 24 años dejó su familia hace dos años para unirse a una de las guerrillas marxistas más antigua del mundo.

Unas pocas decenas de combatientes del Nuevo Ejército Popular acarreaban fusiles M16 y lanzadores de granadas en una meseta en la que banderas rojas con la hoz y el partillo adornaban un salón improvisado. La mayoría lucían botas cubiertas de barro y ayudaban a cocinar en hogueras con leños o vigilaban los alrededores del campamento, que se encuentra a solo tres kilómetros (1,8 millas) de la base militar más cercana.

Son parte de una nueva generación de combatientes maoístas que renuevan una insurgencia que lleva casi medio siglo y que ha sobrevivido a seis presidentes filipinos mientras que la mayoría de las guerrillas comunistas de la Guerra Fría han desaparecido. Las impulsan los mismos ideales que a sus predecesores, como la lucha contra la pobreza, la desesperación, los malos gobiernos y la enorme desigualdad imperante en la sociedad filipina.

"El único reclutador que tiene el Nuevo Ejército Popular es el propio estado", dijo una joven rebelde, la Camarada May, a la Associated Press.

Contó que se unió a la guerrilla hace dos años tras la muerte de su prometido por problemas renales, porque su familia no tenía dinero para costear un tratamiento de diálisis. Empleada fabril que ganaba muy poco, May tampoco pudo hacer demasiado. Los hospitales públicos están abrumados por pacientes indigentes y no le dieron la atención indicada.

"Su familia se entregó y guardó el dinero que le quedaba para el ataúd", dijo May, quien ofrece asistencia médica a sus compañeros y a aldeanos pobres.

Katryn viene de una familia de clase media que tenía auto, casa y podía pagar sus estudios. Quería ser periodista, pero se desencantó con el gobierno y las leyes, que no protegen a los trabajadores como su padre, quien perdió su empleo como ingeniero por afiliarse a un sindicato.

Dice que pasó a la clandestinidad tras despedirse de su padre y su madre, una ex maestra, dejando atrás una vida de relativas comodidades. "Fue duro. Lloré", admite.

Adaptada ya a la vida como guerrillera, Katryn dice que seguirá por este camino. Aceptó presentarse ante las cámaras con el rostro pintado de rojo y azul --los colores de la revolución-- para ocultar su identidad.

La longevidad de la guerrilla es personificada por Jaime Padilla, el Camarada Diego, comandante y vocero de la organización en una región que ha sido testigo de la cambiante fortuna del grupo. Padilla tiene hoy 69 años y se alzó en armas cuando el dictador Ferdinand Marcos declaró la ley marcial en 1972, en buena medida para combatir una insurrección comunista que había empezado cuatro años antes.

Luciendo un nuevo uniforme ceremonial con una gorra tipo Mao, el pintoresco líder rebelde pintó un panorama rosado de su movimiento, aunque admitió que los militares han expulsado a las guerrillas de la mayoría de las provincias al sur de Manila.

Reveses militares, rendiciones y peleas internas han debilitado la organización. Un informe confidencial del gobierno al que tuvo acceso la AP dice que la organización cuenta hoy con unos 3.800 combatientes y más de 4.500 armas, y tiene presencia en aproximadamente 700 de las 42.000 aldeas y ciudades del país.

La agrupación "sigue representando una amenaza a la seguridad nacional por su decisión de no renunciar a la lucha armada", señala el informe.
Fuente:AP

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