Palorinya, Uganda.- En el norte de Uganda, un refugiado recién llegado de Sudán del Sur cuenta cómo los soldados de su tierra lo detuvieron y lo torturaron durante dos meses por leer un artículo en la internet.
Alto y delgado, con jeans y una camiseta cubiertos de polvo, el hombre es uno de las más de 100.000 personas que escaparon de un solo condado de Sudán del Sur en apenas tres meses al continuar la guerra civil y en medio de denuncias de genocidio. La llegada de más de medio millones de sudaneses del sur a Uganda desde julio es la crisis de refugiados más grande de Africa.
Igual que tantos otros que se las rebuscan en los campamentos de refugiados de Uganda, el hombre habló a condición de no ser identificado por temor a represalias y a que haya agentes de los servicios de inteligencia de Sudán del Sur entre los refugiados.
Cuando llegan tras cruzar la frontera a pie, los refugiados del condado de Kajo-Keji "denuncian matanzas de civiles, violaciones y el miedo a ser arrestados o secuestrados como las principales razones por las que escaparon", expresó el vocero de las Naciones Unidas Stephana Dujarric.
Entrevistas con gente de Kajo-Keji que vive ahora en el campamento de refugiados de Palorinya y documentos de la ONU conseguidos por la Associated Press pintan una situación en la que abundan las violaciones a los derechos humanos cometidas por los soldados de Sudán del Sur contra los civiles.
El hombre de los jeans declaró a la AP que después de comentarle a un amigo un artículo que describía cómo el grupo étnico dinka del presidente Salva Kiir se estaba consolidando en el poder, soldados fueron a buscarlo.
"¿Quién te dijo esas cosas?", le preguntaron. No le creyeron que lo había leído en un artículo porque no habían oído hablar de la internet, según dijo.
"Querían obligarme a decirles quién me había dicho esas cosas, para detenerlos", indicó.
Pasó dos meses en la cárcel, comiendo solo lo que le llevaba su familia. Fue liberado después de pagar el equivalente a unos 300 dólares y se fue a Palorinya.
Antes de que comenzasen los combates en Juba en julio, Kajo-Keji era un tranquilo condado de 200.000 habitantes en el centro del país. Era parte de la zona agrícola habitada mayormente por los kuku.
La guerra que comenzó en diciembre del 2013 llegó a Kajo-Keji en julio, en que surgieron varios grupos rebeldes leales al líder opositor Riek Machar, que ahora vive exiliado en Sudáfrica.
Los civiles quedaron en medio del combate.
Siete refugiados en Palorinya entrevistados por la AP dijeron que sabían de personas que fueron violadas. Algunos señalaron que los soldados sudaneses del sur los tenían en la mira porque pensaban que ayudaban a los rebeldes.
"Cuando detienen a alguien, no regresa", afirmó una mujer. "No se sabe si mataron a esa persona o no".
Cuando un equipo de la ONU visitó Kajo-Keji este mes, comprobó que su principal ciudad guarda total silencio durante los días de semana, según un informe interno. Víctimas y testigos denunciaron violaciones, robos, abuso de poder y el asesinato de amigos y familiares acusados de respaldar a los rebeldes.
Un respetado anciano le dijo a las fuerzas de paz de la ONU que los civiles estaban "cautivos en su propia tierra".
"¿Cuándo nos van a dar la ayuda que necesitamos y a protegernos de ser agredidos por nuestro propio ejército?", preguntó el hombre. "Necesitamos protección inmediata antes de que sea tarde. Si nos matan porque les dijimos la verdad hoy, que así sea".
Más de 12.000 efectivos de las fuerzas de paz de la ONU operan en Sudán del Sur. Pero no se les permite verificar las denuncias de, por ejemplo, matanzas de civiles por parte de fuerzas del gobierno, el arresto arbitrario de quienes se reúnen en grupo y las restricciones de los movimientos de civiles en Kajo-Keji", afirmó el secretario general de la ONU Antonio Guterres en un informe reciente enviado al Consejo de Seguridad de la ONU. La AP obtuvo una copia.
Los soldados sudaneses del sur, por otro lado, cortaron el paso a una patrulla de la ONU que quería ir a Kajo-Keji para evaluar la situación, indicó Guterres.
La mayoría de los efectivos del ejército son de la tribu kinka del presidente Kiir.
La continua llegada de refugiados ha desbordado la capacidad de acomodarlos. Más de 22.000 personas quedaron libradas a su suerte.
"Estas cifras no son sustentables. Escasea de todo: comida, artículos de asistencia, agua, sanidad", dijo Jesse Kamstra, director en Uganda de la Lutheran World Federation, que administra el campamento. "Lo único que nos sobra es la generosidad del pueblo de Uganda".
Fuente:AP
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