Vik, Islandia.- Un volcán de Islandia paralizó buena parte del tráfico aéreo mundial. Y después trajo el mundo a Islandia.
Pocos afuera de esta isla habían oído hablar de Eyjafjallajokull —y menos podían pronunciar esa palabra-- cuando el volcán hizo erupción en abril del 2010 luego de dos siglos dormido, despidiendo cenizas que cerraron los espacios aéreos de Europa y dejaron varados a millones de viajeros.
Superado el episodio, Islandia lanzó una astuta campaña publicitaria y generó una ola de turismo en un país con paisajes llenos de lava endurecida, géisers chorreantes y aguas termales de una belleza única.
La posibilidad de una nueva erupción genera una mezcla de preocupación y emoción.
"Lo estamos esperando", aseguró Thordis Olafsdottir, director de la oficina de turismo de Vik, un pueblo en la base del Katla, un volcán que hace poco comenzó a agitarse tras décadas de quietud.
"Pasaron casi 100 años desde su última erupción. Ya es hora", dijo la mujer.
Igual que tantos otros islandeses, Olafsdottir tiene una actitud filosófica hacia la vida en esta isla imprevisible, donde se suceden terremotos, erupciones volcánicas, avalanchas e inundaciones, acompañadas por un clima cambiante que puede traer lluvias, granizo, nieve y un sol brillante, todo en un mismo día.
En Islandia hay 32 volcanes activos y a lo largo de su historia abundan las erupciones, algunas de ellas catastróficas. En 1973 el Laki despidió una nube tóxica que recorrió Europa, matando a decenas de miles de personas y provocando hambrunas al arruinar las cosechas. Algunos historiadores dicen que fue uno de los factores que contribuyeron a la revolución francesa.
La mayoría de los volcanes restantes eran una amenaza solo para las comunidades locales, hasta el estallido del Eyjafjallajokull en abril del 2010. Las autoridades de aviación cerraron buena parte de los aeropuertos de Europa durante cinco días por temor a que las cenizas volcánicas dañasen los motores.
"Nos llamaban agencias que ni sabíamos que existían, países que no sabíamos que existían", declaró el jefe de policía Rognvaldur Olafsson. "Tienen que hacer algo. ¿No pueden hacer nada para acallar al volcán?".
Por momentos Islandia fue ese país que detuvo al mundo. Pero las autoridades turísticas se dieron cuenta de que no hay publicidad mala y respondieron con una campaña muy inteligente, en la que nativos y visitantes contaban cómo fueron "inspirados por Islandia". Las imágenes de una montaña vomitando fuego le creó al país un aura de sitio hermoso y vistoso, con un toque de peligro.
De repente, todo el mundo quería ir a Islandia. Este año se esperan 1,8 millones de visitantes --casi seis veces la población del país--, comparado con el medio millón del 2010. Estos turistas son caídos del cielo en un país todavía golpeado por la crisis financiera del 2008, en la que quebraron los bancos y mucha gente se quedó sin trabajo.
El Katla hizo que Vik, una comunidad de 300 residentes a 180 kilómetros (110 millas) al este de la capital Reykiavik, pasase a ser un centro turístico importante. En un buen día llegan cientos de visitantes deseosos de ver su playa de arena negra, las columnas de roca de basalto que emergen del mar y de recorrer a pie el glaciar de Myrdalsjokul, debajo del cual se encuentra el volcán, invisible pero rugiente.
El Katla es uno de los volcanes más viejos y más temidos de Islandia. Su última erupción, de 1918, duró un mes, generó inundaciones comparables al río Amazonas y amplió la costa cinco kilómetros (tres millas).
Como la mitad de los volcanes del país, se encuentra debajo de un glaciar con cientos de metros de espesor. Las erupciones derriten la cima y lanzan caudales de agua que inundan regiones enteras, destruyen carreteras, edificios y tendidos eléctricos y hacen que icebergs del tamaño de una casa rueden por sus laderas. Y no hay que olvidarse de las cenizas, la lava y los gases tóxicos que despiden.
Fuente:AP