Habían tenido lugar las protestas del movimiento Marcha Verde. Se habían iniciado las audiencias judiciales por el caso de Odebrecht. Había una opinión pública encolerizada; y a pesar de todo, el Partido Revolucionario Moderno (PRM), la principal fuerza política de oposición no subía del 35 por ciento de los votos que había alcanzado en las elecciones del 2016.
Entonces se argumentaba que la oposición no existía. Que el partido de la estrella amarilla navegaba solo, con viento a favor, por el mar proceloso de la política nacional. Que sólo era cuestión de tiempo. El triunfo estaba asegurado.
Naturalmente, al suceder lo contrario, al zozobrar la embarcación, en distintos ámbitos de la vida nacional empezaron a surgir, de manera inevitable, las siguientes inquietudes e interrogantes: ¿Qué ocurrió? ¿Cómo una victoria segura, anticipada con tanto tiempo de antelación, se convirtió en una derrota tan estrepitosa?
Para comprender tan extraño fenómeno hay que partir de la idea de que el grupo palaciego, luego de haber modificado la Constitución en el 2015 y haber materializado la reelección al año siguiente, pretendió repetir las mismas hazañas, aplicando el mismo guion, para los comicios del 2020.
La trama comenzó al convocarse un encuentro en la cúpula, con los mismos seis aspirantes a candidatos presidenciales del 2016. En ese encuentro se les incentivó a lanzarse en aras de sus propósitos, ya que el partido escogería como su representante en la boleta electoral al que resultase en las encuestas con mayores niveles de favorabilidad.
Al mismo tiempo, cualquier manifestación por parte de algún funcionario en favor de la reelección era rápidamente desestimada. Desde Palacio se ordenaba hacer silencio sobre ese particular; y en entrevista televisiva realizada a finales de 2019, se argumentaba, al más alto nivel que, aunque ya la decisión estaba tomada, sería en los primeros meses del año siguiente que, de manera oficial, se informaría al país.
Plan oculto
Sin embargo, mientras se estimulaba a varios aspirantes a impulsar sus sueños presidenciales y se enmendaba la plana a todo el que desde una posición oficial izaba la bandera de la reelección, desde las más altas esferas palaciegas, por el contrario, se orquestaba de manera sigilosa un proyecto de permanencia en el poder.
Se pretendió utilizar la Ley de Partidos para tales fines. Se quería lograr un nivel de legitimación popular en los propósitos continuistas, sin necesidad de recurrir a un plebiscito o referéndum.
Por esa razón, se quiso desempolvar la idea de elecciones primarias abiertas, simultáneas y obligatorias para todos los partidos políticos, como única forma de escogencia de candidatos a cargos de elección popular. Se pretendió ignorar que ya una ley del 2004, que establecía ese mecanismo de escogencia de candidatos, había sido declarada inconstitucional por la Suprema Corte de Justicia al año siguiente.
Siendo así, esa decisión de carácter constitucional resultaba vinculante a todos los órganos del Estado. Por consiguiente, no podía ser introducida en los mismos términos por ante las cámaras legislativas. A pesar de eso, sin embargo, se insistió, en forma obstinada, en imponer una situación para lo cual existía un impedimento legal. La opinión pública se rebeló y el proyecto continuista experimentó su primera derrota.
Luego fue la batalla por modificar la Constitución. Se realizaron grandes esfuerzos para enmendar por segunda vez, en forma consecutiva, nuestra Carta Sustantiva. Eso, por supuesto, ni siquiera Rafael Leónidas Trujillo se atrevió a intentarlo durante su larga satrapía. Eran, simplemente, signos inequívocos de que la prudencia y la cordura habían abandonado a Zeus y demás dioses del Olimpo.
La reacción, claro está, no se hizo esperar. Se organizó la resistencia popular. Varios Diputados de la Patria se colocaron en primera fila en defensa de la Ley de Leyes. Figuras del arte, de las iglesias, de la sociedad civil también se sumaron a la justa causa nacional.
Durante varios días, frente al Congreso Nacional acudieron decenas de miles de ciudadanos para expresar su enojo ante la insensatez que se pretendía materializar. En su tozudez e intransigencia, el gobierno, entonces, incurrió en un gravísimo error: ordenó militarizar el área.
Pese a todo, la resistencia popular no cedió un ápice. Por el contrario, cada día avanzaba, conquistando más apoyo en distintos segmentos de la sociedad dominicana. Al final, el movimiento en defensa de la Constitución emergió triunfante. Pero para consolidar esa victoria, hizo falta, desafortunadamente, un ingrediente adicional: una enigmática llamada desde Washington.
El fraude de octubre
Impedido de cercenar por segunda vez, en forma consecutiva, nuestra Carta Magna, y, por tanto, de poner en riesgo la estabilidad del sistema democrático, el Palacio se concentró, de ahí en adelante, en bloquear y torpedear nuestra candidatura.
Sus primeras reacciones causaron desconcierto aún en sus propias filas. Los seis convocados para suceder en el trono fueron eliminados de golpe y porrazo. Emergió una séptima figura, en la cual, hasta ese momento, nadie había reparado. Estaba desprovisto de méritos partidarios y de experiencia política, pero, según se calculó, eso carecía de importancia. Sólo ejercería la función de candidato títere o marioneta.
Al iniciarse el proceso de las primarias del PLD, las encuestas resultaban incontrovertibles. Nos concedían una ventaja de 70 a 30. Pero, con una participación directa de todo el Estado, desde el presidente de la República, los gobernadores, alcaldes, senadores y diputados, más una publicidad sin precedentes en la vida nacional, se procuraba revertir esa brecha.
Nunca se logró. El domingo, 6 de octubre, a las 6:30 de la tarde, el fraude del voto automatizado había sido vencido. Pero lo que ocurrió a partir de ese momento fue verdaderamente inaudito. A pesar de que el ejercicio al sufragio debió haber concluido a esa hora, las autoridades electorales permitieron que en las lejanas provincias del Sur, a través de la compra masiva de cédulas, se continuase votando hasta las dos de la madrugada del día siguiente.
Por razones de dignidad y decoro surgió la Fuerza del Pueblo. Ese hecho, por si solo determinó, de manera automática, que un 10 por ciento del voto morado migrara hacia la candidatura del PRM, pasando, a partir de ese momento, a liderar todas las encuestas sucesivas.
Para las elecciones municipales de febrero de este año, se intentó repetir el fraude de octubre. Pero, esa vez, con mayor atención nacional e internacional, la tentativa fraudulenta se desplomó,
La ira popular no se hizo esperar; y de ahí en adelante, la campaña discurrió entre protestas en la Plaza de la Bandera, cacerolazos y repudio al uso instrumental de la pandemia.
Lo que se pronosticaba como una victoria segura se convirtió, por los desatinos palaciegos, en una derrota aplastante. Se consideró que el poder carece de límites; y que en política, el dinero lo puede todo. Se apeló a la mentira, al engaño, la simulación, la arrogancia, la intolerancia y la exclusión.
Nada de eso pudo prevalecer. Por el contrario, por todo el territorio nacional, sólo se escuchaba un grito: Se van, se van. E`pa`fuera que van.
Y así fue»
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